sábado, 9 de agosto de 2025

«Rumbo al Tepeyac, peregrinación 2025»... Un pequeño pensamiento para hoy


En México, como en otras partes, estamos en tiempo de vacaciones y uno de mis lugares preferidos para descansar es la playa. ¡Me encanta el mar porque me hace pensar en la infinita misericordia de Dios! En Monterrey, en estos días, mientras aún falta un mes para que los chiquillos regresen a clases, es el lugar especialmente elegido por muchas familias para momentos de relax y vacaciones. Eso trae por consecuencia que el intrincado aeropuerto de Monterrey sea un caos y solo de pensar que mañana nos espera a 80 personas de la parroquia para viajar a ciudad de México, al encuentro de la Morenita del Tepeyac en la peregrinación de la arquidiócesis de Monterrey sea todo un desafío que habrá que enfrentar junto a muchísimos más peregrinas que vamos a la «Casita Sagrada» de la Guadalupana. A eso hay que añadir que por la construcción de la nueva línea del metro que llegará hasta este campo aéreo complica demasiado el tráfico. Creo que el regreso no será menos abrupto, pues la enorme y arcaica sala B, del aeropuerto Benito Juárez en la capital del país está cerrada por remodelación para el mundial del 2026 y al venir de regreso parece que uno anda entre los pasillos de alguna de esas enormes clínicas del Seguro Social.

Hoy es sábado, día dedicado por antonomasia a la Virgen y víspera de nuestro viaje. A las 7 de la tarde tendremos la Misa de bendición de los peregrinos. A través de María siempre Dios nos busca, nos persuade, nos guía y nos habla al corazón para mostrarnos y ofrecernos la verdadera y absoluta riqueza que su Madre, vestida de Guadalupana, quiere darnos: ¡Él mismo!, sí, por medio de Ella Él llegó a nuestras vidas, somos ricos en el Señor. ¡Qué inmenso beneficio de su Amor para con nosotros, qué incomparable ternura y caridad! Dios se ha acercado a nuestra pequeñez y nos espera en el Tepeyac, en donde su Madre, vestida de Guadalupana, quiso que se construyera una «Casita Sagrada» para allí mostrarnos todo su amor, que bien sabemos, es su Hijo Jesús.

La parábola de las vírgenes que el Evangelio de hoy (Mt 25,1-13), en este contexto de nuestro viaje de mañana, simplemente nos deja ver las diversas actitudes del propio corazón ante la elección recibida por todos igual. Todos los peregrinos de la arquidiócesis queremos estar atentos ante la Morenita con nuestras lámparas con aceite. No queremos que ninguna cosa nos entretenga y despiste del camino para que Ella, allí nos muestre a su Hijo en la Eucaristía. Cómo no bendecir al Señor, nacido de María, si nos ha llamado a formar parte de Él, habiéndonos incorporado por el bautismo a la Iglesia por Él instituida, facilitándonos la savia de su gracia que hace correr por nuestro corazón, mente y espíritu y nos hace lanzarnos, en medio de los tumultos del verano para ver a su Madre Santísima, la Dulce Morenita del Tepeyac. Acompáñenos todos con sus oraciones, con su rezo del Santo Rosario, con su cariño a María, que seremos portadores de su saludo. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

«Beatriz Hattori Reiko»... Vidas consagradas que dejan las huellas de Cristo XC

Beatriz Hattori Reiko fue una religiosa japonesa que nació en la ciudad de Nagano, perteneciente al Estado del mismo nombre, en la zona central de Japón, el 14 de mayo de 1939. Procedente de una familia profundamente budista, fue la cuarta hija del matrimonio formado por Katsujiro Hattori y Toku Hattori. Beatriz tuvo 5 hermanos, 3 hombres y dos mujeres, las cuales, como ella, abrazaron la vida religiossa luego de convertirse al catolicismo. Su hermana Consuelo fue, junto con la hermana Francisca Honda, la primera vocación japonesa de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, cuyos pasos Beatriz siguió. Su hermana menor ingresó con las hermanas del Buen Samaritano.

Su historia de conversión parte de la vida espiritual tan profunda de sus padres, que fervientes practicantes del budismo, se preocuparon por la sólida formación de sus hijos. De tal manera que a las tres mujeres las enviaron a estudiar con las hermanas del Sagrado Corazón. Fue allí donde Beatriz, a la edad de 15 años recibió el sacramento del bautismo el 8 de diciembre de 1954. 

Cinco años después, el 12 de mayo de 1959, respondiendo al llamado que el Misionero del Padre, el Buen Jesús le hacía, siguiendo el ejemplo de su hermana mayor, ingresó en la Congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y el 12 de agosto de 1962, luego de su tiempo de formación inicial como postulante y novicia, hizo su primera profesión temporal. Luego de un periodo de cinco años en Tokio, se llevó a cabo la ceremonia de su consagración definitiva el 6 de agosto de 1967.

La hermana Beatriz fue una hermana muy trabajadora, serena y responsable con todo lo que se le encomendó. Desde su ingreso, hasta 1974 formó parte de las comunidades de Tokyo, Oizumi e lida en Japón. En Iida fue directora del kínder Santa Clara, una encomienda que desempeño hasta que fue designada a formar parte de la región de Indonesia, misión que amó profundamente y en la que trabajó diligentemente, como lo afirman las hermanas de esas lejanas tierras profundamente envueltas en la religión musulmana y constituido por más de 17,000 islas.

Situada en el sudeste asiático, Indonesia es una nación en la que conviven grandes religiones como el islam (80% de la población), el hinduismo, el budismo y el cristianismo. En este contexto, Beatriz, conocedora del Budismo, en donde había nacido, no dudó en asumir el desafío de dar testimonio de vida cristiana a través del diálogo profético en una cultura muy diversa. Allí vivió un buen tiempo en la comunidad de Biliton y trabajó en el Hospital Santa Clara. Las Misioneras Clarisas de aquella región la recuerdan como una hermana trabajadora y muy responsable. Fue muy querida por las hermanas de las diversas comunidades y una maestra que hasta ahora muchos recuerdan y tienen hermosos recuerdos. Con su sencillez supo ganarse el cariño de muchas personas que, por su testimonio de vida, abrazaron la fe católica.

Tuve el gusto de conocerla en Roma, en donde la pude saludar en diversas ocasiones. La recuerdo como una mujer serena, de sonrisa discreta y profunda devoción al participar en la Santa Misa y en el rezo de la Liturgia de las Horas en la casa de Garampi. Las hermanas siempre me dijeron que era un alma llena de amor al servicio de sus hermanas y  compañeros de trabajo. Seguramente Beatriz ofreció todo lo que hizo para salvar almas, como lo había aprendido de la Beata María Inés.

En el año de 2004 regresó a Japón, la patria que la vio nacer y que fue cuna de su vocación misionera. Sus últimos 20 años de vida formó parte de las comunidades de Oizumi, lida y Karuizawa, donde sirvió en el apostolado de la atención a los huéspedes de la Casa de Ejercicios, destacando su servicio, además, como ecónoma y en sus últimos años como sacristana, servicio que prestó diligentemente hasta que la enfermedad la obligó a ser hospitalizada.

El 16 de diciembre de 2024, en la localidad de Karuizawa, Nagano, Japón, a las catorce horas con treinta y cinco minutos, el Esposo Divino la llamó a su presencia a la edad de 85 años, después de haber cumplido fielmente su misión en una vida de entrega y servicio durante los 55 años como Misionera Clarisa entregada por completo a todo lo que le encomendaba la obediencia para llevar el amor de Dios, sobre todo, a quienes no lo conocían.

Que el Señor le haya concedido contemplar su rostro y recibir el premio de permanecer eternamente en su presencia.

Padre Alfredo. 

viernes, 8 de agosto de 2025

«Con la cruz por donde quiera»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


En una homilía pronunciada en la Misa Crismal de 1981, el Papa Benedicto XVI, en aquel entonces cardenal arzobispo de Múnich y Frisinga, expresaba que «ser cristiano no puede consistir en añadir un pequeño mundo de domingo a nuestro mundo de los días laborales, o en algo que podemos construir en cualquier momentito de devoción de nuestra vida, sino que es un fundamento, es transformación que nos cambia». Eso significa que no podemos ser cristianos a ratos, sino discípulos–misioneros portadores de la Cruz de Cristo en todo tiempo y lugar. Es lo que nos recuerda el Evangelio de este viernes ((Mt 16,24-28).

El mundo y en general el sistema en el que vivimos en la sociedad actual nos alienta permanentemente a pensar primero en uno mismo, a priorizar el propio yo, a no privarse de nada y no servir a nadie sino al propio ego. Incluso se habla mucho del ego en relación con las redes sociales, que pueden inflarlo o hacerlo vulnerable debido a la constante búsqueda de validación y comparación. La idea de «cargar la cruz» para seguir a Cristo suena muy descabellado, insensato, si no es que ridículo. Muchos cristianos de nombre han olvidado que estamos en el mundo para tomar la cruz y seguir al Señor. Por eso la cruz molesta, estorba, pesa y hay que desecharla. Pienso por ejemplo en esa secta brasileña extendida en algunas partes de nuestro México lindo y querido que como lema tiene la frase: «Pare de sufrir».

Ser discípulo–misionero de Cristo no es comparable a cualquier baratija. El Evangelio es claro. Querer ser fiel y vivir un cristianismo de autoservicio donde sólo se elige lo que conviene es una contradicción. El seguimiento de Cristo es para tomarlo en serio. El cristianismo no es toma lo que te guste y deja lo que no te guste. El cristianismo, tal y como el Evangelio lo demuestra, se debe vivir con coherencia, como nos lo enseñan todos los santos y beatos con sus ejemplos de vida. No debemos olvidar, como católicos, que nuestro garante aquí en la tierra es el Papa, que en sus enseñanzas y con su vida, hecha donación, nos muestra el camino seguro y cierto que debemos seguir en medio de la desorientación que pulula a nuestro alrededor. Que nadie piense que por quitarse la cruz con algún método, su vida de fe será más fácil. Un cristianismo sin cruz no existe. Una vida sin cruz, tampoco. María estuvo al pie de la cruz y sabe perfectamente lo que significa tomarla y seguir a su Hijo Jesús, que ella nos ayude. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

«María Teresa Montes Palomino»... Vidas consagradas que dejan las huellas de Cristo LXXXIX

Conocí a la hermana María Teresa Montes Palomino en los años noventas, cuando era yo un joven sacerdote que pasaba más tiempo de su vida misionera en Costa Rica que en México. Precisamente de esa época y de la constante convivencia con los «Ticos» que me quedó al hablar el acento que nunca me he podido quitar y que hace que hasta en el mismo Monterrey me pregunten si soy colombiano.

La hermana María Teresa del Calvario —su nombre como religiosa aunque para mí fue siempre la hermana Tere— fue llamada a la Casa del Padre el pasado mes de abril, en concreto el día seis. Como buena misionera, no murió en casa sino en el  Hospital Calderón Guardia, en San José, allá  en Costa Rica.

Tere nació en Aguascalientes, México, el 17 de setiembre de 1935. Sus padres fueron el Señor Luis Montes Carrillo y la Señora María Refugio Palomino González y ella fue la mayor de siete hermanos. Recibió el bautismo el 23 de setiembre de 1935 y la confirmación el 20 de octubre de aquel mismo año. 

Luego de experimentar el llamado del Señor, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 24 de octubre de 1951 en Cuernavaca, Morelos, México, donde está la Casa Madre de la Familia Inesiana. Casi al inicio de su formación, fue enviada a Pueblo, donde inició su noviciado el día de la natividad de María, el 8 de setiembre de 1952. Al año siguiente, siendo aún novicia, fue destinada a la Casa Madre, en Cuernavaca, donde colaboró como maestra de secundaria. Terminada su formación inicial, hizo su primera profesión religiosa el 12 de agosto de 1954 en Cuernavaca, ante nuestra Beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.

Destacando por su inteligencia y por su capacidad para el estudio, se graduó como profesora de educación primaria y maestra de educación media con la especialidad en pedagogía. De 1955 a 1957, fue maestra de primaria en Zacatepec, Morelos y, a mediados de ese año, recibió su cambio a la comunidad de Talara, en Ciudad de México, donde prestó su servicio como maestra de secundaria. Al año siguiente, regresó a Puebla como maestra de la Universidad Femenina de Puebla, que había fundado la Beata María Inés Teresa y en esos años gozaba de un gran prestigio. El 8 de febrero de 1960 hizo su profesión perpetua y continuó, hasta el año de 1971, trabajando como catedrática en la Universidad Femenina de Puebla, distinguiéndose por realizar su tarea con gran responsabilidad, dedicación y amor por la salvación de las almas. Buscando datos sobre su vida, me encontré en internet su cédula profesional.

En 1971, enviada por la Beata María Inés, llegó a Santo Domingo de Heredia, Costa Rica, como maestra de secundaria en el Colegio Santa María de Guadalupe, colaborando en la noble misión de la educación. Desde aquel entonces, vivió siempre en ese querido país conocido como «La Suiza centroamericana». De 1978 a 1984 se desempeñó como maestra en la educación de la fe en Ciudad Neilly. Continuó con esta misma labor en Moravia hasta 1986. En este mismo año recibió su cambio a la comunidad de La Rita de Guápiles, donde llevó a cabo un intenso trabajo pastoral parroquial y en el año 1987 fue trsladada a Moravia como maestra de secundaria hasta 1989.

Durante varios periodos prestó diferentes servicios de gobierno en su congregación: Fue superiora local de la comunidad de La Rita de Guápiles de 1986 a 1992. Durante ese mismo tiempo, en diferentes periodos, fue segunda y tercera consejera regional. De 1995 a 2002 prestó el servicio de superiora local de la comunidad de Tibás. En 2002 fue vicaria regional y primera consejera por varios años, al mismo tiempo que fue superiora local e Moravia. Hasta el 2011 ocupó el cargo de superiora regional de Costa Rica. Finalmente colaboró como superiora local de la comunidad de La Rita de Guápiles, desde el 2012 hasta que fue llamada a la Casa del Padre. 

Sister Yenori, también Misionera Clarisa y costarricence de nacimiento, que desde hace algún tiempo está en la región de California, en los Estados Unidos, tiene bellísimos recuerdos de cuando era pequeña y gustaba de ir a la casa de las hermanas a rezar con ellas y a participar en las diversas actividades que tenían. Entre otras cosas dice que la recuerda siempre muy misionera. Comenta que la veía cubierta con su sombrilla y en sandalias, debido al calor extenuante de Guápiles, recorriendo las calles llevando la Buena Nueva y participando en las misiones en salones, capillas y donde se pudiera en las pequeñas villas. Dice que cuando ya como Misionera Clarisa iba a visitar a su familia, las hermanas Ticas le decían que no la podían tener quieta en la casa de pastoral sin que le consumiera el celo misionero, dando ese tiente incluso a las actividades de casa como limpiar frijoles, doblar servilletas, limpiar el arroz y ofrecerlo todo por la salvación de las almas.

La hermana Tere se distinguió por su obediencia y fidelidad al carisma inesiano. Como maestra, a lo largo de tantos años, llevó a cabo esa misión con gran entrega y donación en bien de la niñez y la juventud, sembrando la semilla de la fe y llevando tanto a los alumnos como a los padres de familia, al encuentro con Cristo, siendo muy querida por toda la comunidad educativa.

En los diversos cargos de gobierno que prestó, fue en todo momento una mujer disponible, un alma pacífica y pacificadora, atenta a las necesidades de sus hermanas, con un espíritu generoso y conciliador. Dentro de la comunidad se distinguió por su presencia diligente y silenciosa al mismo tiempo, manifestando su gozo de servir en una perenne y discreta sonrisa. Siempre se le vio dispuesta a servir a sus hermanas y todos, aún en sus últimos momentos por medio de la oración.

A ejemplo de Nuestra Madre Fundadora, fue una misionera incansable, con gran amor por la salvación de las almas y una religiosa de profunda unión con Dios, constantemente rezaba el santo rosario con mucho cariño a la Santísima Virgen María y meditaba asiduamente el Viacrucis, motivando con su testimonio a los demás miembros de la comunidad. Su trato fue bondadoso y sencillo, brindando una sonrisa apacible a quienes trataban con ella. Durante la mayor parte de su vida, gozó de buena salud, aún en su avanzada edad, en la que siempre se le vio con gran fortaleza, fiel a sus actos comunitarios y sirviendo generosamente en aquello que podía realizar. 

La recuerdo con mucho cariño y guardo algunas de sus enseñanzas que, desde joven sacerdote, tocaron mi corazón, pues fue una mujer muy cercana a los sacerdotes; en realidad, una madre. Compartimos, como expresé al inicio de mi relato, mucho momentos hermosos allá por los años noventas y, la última vez que nos vimos, fue en 2016, en la última tanda de ejercicios espirituales que impartí en esa querida nación centroamericana.

En el mes de febrero pasado le realizaron estudios generales, ya que venía manifestando presión arterial alta, fue medicada y se mantuvo estable. Repentinamente presentó un cuadro de hipertensión endocraneana que le produjo una hemorragia cerebral, provocándole una fuerte caída; las hermanas actuaron rápidamente y la trasladaron de inmediato al hospital donde la declararon en condición crítica. En un lapso de doce horas la hermana estuvo inconsciente, sin mostrar mejoría. Fue ungida en dos ocasiones por los capellanes del Centro Médico. Su superiora regional y las hermanas de comunidad, le hicieron sentir la cercanía de todas las hermanas de la congregación. Recibió un hermoso mensaje de parte de la superiora general  así como su bendición.

Desde su ingreso al hospital, estuvo acompañada, las hermanas le cantaron y oraron con ella, invitándola a continuar ofreciendo su vida por la salvación de las almas y en especial por todos los miembros de nuestra Familia Inesiana, así mismo, la invitaron a renovar su consagración al Señor pronunciando la fórmula de sus votos. Su familia de sangre tuvo oportunidad de comunicarse con ella por medio de llamadas telefónicas, ya que, aunque permanecía inconsciente, los médicos indicaban que aún podía escuchar.

Tere inicia ahora su desposorio eterno con Aquel que la llamó y la ha amado desde toda la eternidad. Junto con toda nuestra familia misionera quiero dar gracias a Dios, por su paso por este mundo y por todo lo que dejó en mi corazón, donde ha dejado la huella imborrable de Cristo. Que el Señor haga fructificar todos sus anhelos misioneros y esfuerzos ofrecidos durante su vida y que María santísima, a quien llevó tatuada en su alma la reciba en la patria eterna.

¡Que nuestra querida hermana Tere goce de la contemplación eterna del rostro de Dios!

Padre Alfredo.

P.D. Agradezco a la hermana Virgina Palomo, también Misionera Clarisa y amiga de toda la vida por las hermosas fotos de la hermana Tere que me mandó.

jueves, 7 de agosto de 2025

«Y tú, quién dices que soy yo?»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 16,13-23) deja una enseñanza que parte de la pregunta que Jesús hace: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» para luego cuestionar a sus discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» para desembocaren la confesión de fe de Pedro, cuestión que está narrada en los tres evangelios sinópticos. Jesús antes de iniciar el camino hacia Jerusalén, pregunta acerca de su identidad. El Maestro quiere que sus discípulos tengan las ideas claras sobre quién es Él y cuál es su misión. Y es que el pueblo, dejándose llevar como en todas las épocas por lo llamativo, lo exuberante, lo que salga de lo común, sólo ve en él un personaje importante, semejante a los profetas: Juan Bautista (esto cree Herodes Antipas); Elías, el profeta que tenía que venir como precursor (Ml 3,23); Jeremías, el que luchó para que el pueblo fuese fiel a los planes de Dios, sin confiar en alianzas humanas; o algún profeta importante.

A diferencia del pueblo, Simón, portavoz de los discípulos, reconoce a Jesús como Mesías, Hijo de Dios vivo. En él la afirmación de quién es Jesús, no es fruto de la naturaleza humana, «carne y sangre», sino de la revelación del Padre que está en los cielos. La iglesia se funda sobre la fe de aquellos que, como Pedro, creen en Jesús y le confiesan como Hijo de Dios. La respuesta de Pedro marca el comienzo de un nuevo período, en el que Jesús se dedica a instruir a sus discípulos sobre el sentido que tiene su mesianismo, que acaban de reconocer, y sobre el que les ha impuesto secreto: es un mesianismo que se realiza muriendo y resucitando, de acuerdo con el plan de Dios, que él acepta. Pedro, como los demás, debe seguir reconociendo su condición de discípulo y entender que los pensamientos de Dios y su modo de proceder no son como los de los hombres, el Señor actúa con criterios nuevos y diferentes. 

A partir de este diálogo tantas veces leído, estudiado y meditado, se nos invita a que respondamos también nosotros, cada uno desde nuestra vocación específica y la propia experiencia, y le digamos de frente a Jesús quién es Él para mí. Yo creo que con el paso de los años, el recuento de los logros y los propios pecados, a uno, por la misericordia de Dios, le va quedando cada vez más claro quién es el Señor. El Señor descubierto en la alegría de celebrar un cumpleaños, un aniversario... El Señor al sentirlo al final de un retiro espiritual o en medio de una convivencia eclesial. El Señor que se manifiesta en el sacerdote que nos da la absolución de las fallas cometidas. El Señor que se hace presente en esa persona a la que pudimos ayudar. El Señor que no nos deja solos a la hora de cargar la cruz…. Creo que a lo largo de toda nuestra vida vamos respondiendo una y otra vez a esa pregunta: ¿Y tú, ¿quién dices que soy yo? Que María nos ayude a reconocerlo en cada espacio, en cada tiempo, en cada persona, en cada encomienda, en cada triunfo y en cada dolor. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 6 de agosto de 2025

«Como en el Tabor, juntos en la mística y la mástica»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

La fiesta de la Transfiguración del Señor inunda hoy nuestro miércoles. Para los Misioneros de Cristo un día especial, pues en este día hemos recibido a más de 60 sacerdotes religiosos de los distintos institutos que tenemos presencia en Monterrey y algunos padres diocesanos para compartir el rezo del Rosario en nuestra parroquia de «Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás» y  compartir luego los sagrados alimentos en torno al Señor Obispo Fray César Garza Miranda, quien está al frente de la vicaría de la Vida Consagrada en Monterrey y de la dimensión episcopal de la vida consagrada en México. No nos cabe duda alguna que la Beata María Inés Teresa, tan al pendiente siempre de los sacerdotes y amante de la vida religiosa, debe haber estado feliz en el Cielo. Acá, al final cada misterio del Rosario Sacerdotal que preparamos, se escuchaba de la voz de todos los sacerdotes: «Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento», ruega por nosotros.

Quiero ir hasta San Juan Pablo II que dijo hermosamente unas palabras que concuerdan con lo que en esta convivencia sacerdotal hemos degustado: «A nosotros, peregrinos en la tierra, se nos concede gozar de la compañía del Señor transfigurado, cuando nos sumergimos en las cosas del cielo, mediante la oración y la celebración de los misterios divinos. Pero, como los discípulos, también nosotros debemos descender del Tabor a la existencia diaria, donde los acontecimientos de los hombres interpelan nuestra fe. En el monte hemos visto; en los caminos de la vida se nos pide proclamar incansablemente el Evangelio, que ilumina los pasos de los creyentes». Cierto que pasamos unas horas maravillosas... pero todos, Franciscanos, Jesuitas, Agustinos, Misioneros de la Natividad de María, Redentoristas, Oblatos de San José, Misioneros del Espíritu Santo, Legionarios de Cristo, Misioneros de Guadalupe, Misioneros Josefinos, Misioneros de Familia y Juventud, Fuego Nuevo, nosotros Misioneros de Cristo y otros asistentes más, además de nuestros hermanos sacerdotes diocesanos que nos acompañaron, hemos de bajar del Tabor a la vida diaria. 

Que nos anime el testimonio veraz de Pedro, Santiago y Juan junto al Señor Transfigurado para transfigurarnos también nosotros cada día en Jesús, para ser imágenes del Hijo de Dios, nuestro Modelo y Salvador. Nosotros, como sacerdotes y religiosos, necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor y convivir como los Apóstoles. Esto hemos hecho hoy en la oración con María. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a vivir nuestra consagración en el ser y quehacer de cada día. Dios bendiga a nuestro estimado Obispo Fray César por esta iniciativa que nos deja emocionados para seguir adelante en nuestro paso por esta querida arquidiócesis de Monterrey. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 5 de agosto de 2025

«Desplumar una gallina y querer pegarle las plumas otra vez»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

El relato del libro de los Números que nos presenta la primera lectura de la Misa de hoy (Núm 12,1-3) nos presenta a María y a Aarón criticando a su hermano Moisés a causa de la mujer extranjera que tomó por esposa —después del fallecimiento de Séfora— y murmurando de que solamente Dios le hablaba a Moisés. Decían: «¿Acaso no nos ha hablado también a nosotros?» Ellos pensaban que sin ayuda de Moisés podían liderar al pueblo, y la historia nos dice que no fueron capaces. Bien sabemos que cuando Israel hizo el becerro de oro, Aarón no pudo evitar que el pueblo cometiera el pecado de idolatría (Éx 32,1-6). El pasaje continúa diciéndonos que Dios oyó esa queja o murmuración y llamó a Moisés, María y Aarón y les dijo: «Escuchen mis palabras. Cuando hay un profeta entre ustedes, yo me comunico con él por medio de visiones y de sueños. Pero con Moisés, mi siervo, es muy distinto: él es el siervo más fiel de mi casa, yo hablo con él cara a cara, abiertamente y sin secretos, y él contempla cara cara al Señor. ¿Por qué se han atrevido ustedes a criticar a mi siervo Moisés?» y les envió un castigo.

La crítica y la murmuración de María y Aarón estaba motivada por la envidia y un deseo de protagonismo. El episodio muestra que tales actitudes son «pecados tontos» que hacen mucho daño y llevan a las consecuencias más graves. Desgraciadamente esos pecados se hacen hábitos que se practican con la constancia de los deportistas que entrenan a diario y es un enemigo de la unidad entre las familias, los grupos de amigos e incluso dentro de la iglesia, ya que perjudica el cuerpo de Cristo y la relación entre sus miembros. ¡Quién de nosotros no ha sufrido por ello! Vienen a mi recuerdo algunas frases cortas que el Papa Francisco hablando de estos temas pronunció en varias ocasiones: «Las murmuraciones matan, igual o más que las armas»... «Los que viven juzgando y hablando mal del prójimo son hipócritas, porque no tienen la valentía de mirar los propios defectos»...   «Cuando usamos la lengua para hablar mal del prójimo, la usamos para matar a Dios»...  «El mal de la cháchara, la murmuración y el cotilleo, es una enfermedad grave que se va apoderando de la persona hasta convertirla en sembradora de cizaña, y muchas veces en homicida de la fama de sus propios colegas y hermanos»... «Cuidado con decir solo esa mitad de la realidad que nos conviene»... «¡Cuántos chismorreos hay en el seno de la propia Iglesia!»… 

La Beata María Inés decía que «las críticas negativas a espaldas, son ofensa de Dios» y pedía «no constituirse en sembradores de cizaña». Hoy la crítica y la murmuración imperan porque quienes están enraizados en eso tienden a justificarse diciendo que se limitan a informar, y que en esta vida es necesario tener un juicio crítico. Lo cierto es que hay que no hay que criticar o murmurar y para eso no solo se requiere controlar la lengua, sino que hay que cambiar la mentalidad y ver primero la viga en propio ojo (cf. Mt 7,3-5; Lc 6,41-42). No estamos ante un vicio superficial o epidérmico, o ante algo que no deja heridas como a veces solemos suponer equivocadamente. San Felipe Neri decía que criticar o murmurar es como desplumar una gallina y luego remediarlo queriendo poner las plumas en el mismo lugar. Bajo las críticas y las murmuraciones se camuflan pecados como el rencor, la envidia, la soberbia o la vanidad. Pero no solo esto, sino que también se esconden complejos, inseguridades y heridas. Lo moral y lo psicológico suelen caminar por el mismo carril, me recordaba la doctora Esthela. O dicho de otro modo: «el demonio sabe dónde nos aprieta el zapato, y tiende a pisarnos en el mismo lugar». Que María Santísima, que guardaba en su corazón las cosas que no entendía, nos ayude a guardar lo que es necesario y a cerrar la boca hasta que no hayamos meditado bien lo que vamos a corregir, enderezar o acabar. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.