Conocí a la hermana María Teresa Montes Palomino en los años noventas, cuando era yo un joven sacerdote que pasaba más tiempo de su vida misionera en Costa Rica que en México. Precisamente de esa época y de la constante convivencia con los «Ticos» que me quedó al hablar el acento que nunca me he podido quitar y que hace que hasta en el mismo Monterrey me pregunten si soy colombiano.
La hermana María Teresa del Calvario —su nombre como religiosa aunque para mí fue siempre la hermana Tere— fue llamada a la Casa del Padre el pasado mes de abril, en concreto el día seis. Como buena misionera, no murió en casa sino en el Hospital Calderón Guardia, en San José, allá en Costa Rica.
Tere nació en Aguascalientes, México, el 17 de setiembre de 1935. Sus padres fueron el Señor Luis Montes Carrillo y la Señora María Refugio Palomino González y ella fue la mayor de siete hermanos. Recibió el bautismo el 23 de setiembre de 1935 y la confirmación el 20 de octubre de aquel mismo año.
Luego de experimentar el llamado del Señor, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 24 de octubre de 1951 en Cuernavaca, Morelos, México, donde está la Casa Madre de la Familia Inesiana. Casi al inicio de su formación, fue enviada a Pueblo, donde inició su noviciado el día de la natividad de María, el 8 de setiembre de 1952. Al año siguiente, siendo aún novicia, fue destinada a la Casa Madre, en Cuernavaca, donde colaboró como maestra de secundaria. Terminada su formación inicial, hizo su primera profesión religiosa el 12 de agosto de 1954 en Cuernavaca, ante nuestra Beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.
Destacando por su inteligencia y por su capacidad para el estudio, se graduó como profesora de educación primaria y maestra de educación media con la especialidad en pedagogía. De 1955 a 1957, fue maestra de primaria en Zacatepec, Morelos y, a mediados de ese año, recibió su cambio a la comunidad de Talara, en Ciudad de México, donde prestó su servicio como maestra de secundaria. Al año siguiente, regresó a Puebla como maestra de la Universidad Femenina de Puebla, que había fundado la Beata María Inés Teresa y en esos años gozaba de un gran prestigio. El 8 de febrero de 1960 hizo su profesión perpetua y continuó, hasta el año de 1971, trabajando como catedrática en la Universidad Femenina de Puebla, distinguiéndose por realizar su tarea con gran responsabilidad, dedicación y amor por la salvación de las almas. Buscando datos sobre su vida, me encontré en internet su cédula profesional.
En 1971, enviada por la Beata María Inés, llegó a Santo Domingo de Heredia, Costa Rica, como maestra de secundaria en el Colegio Santa María de Guadalupe, colaborando en la noble misión de la educación. Desde aquel entonces, vivió siempre en ese querido país conocido como «La Suiza centroamericana». De 1978 a 1984 se desempeñó como maestra en la educación de la fe en Ciudad Neilly. Continuó con esta misma labor en Moravia hasta 1986. En este mismo año recibió su cambio a la comunidad de La Rita de Guápiles, donde llevó a cabo un intenso trabajo pastoral parroquial y en el año 1987 fue trsladada a Moravia como maestra de secundaria hasta 1989.
Durante varios periodos prestó diferentes servicios de gobierno en su congregación: Fue superiora local de la comunidad de La Rita de Guápiles de 1986 a 1992. Durante ese mismo tiempo, en diferentes periodos, fue segunda y tercera consejera regional. De 1995 a 2002 prestó el servicio de superiora local de la comunidad de Tibás. En 2002 fue vicaria regional y primera consejera por varios años, al mismo tiempo que fue superiora local e Moravia. Hasta el 2011 ocupó el cargo de superiora regional de Costa Rica. Finalmente colaboró como superiora local de la comunidad de La Rita de Guápiles, desde el 2012 hasta que fue llamada a la Casa del Padre.
Sister Yenori, también Misionera Clarisa y costarricence de nacimiento, que desde hace algún tiempo está en la región de California, en los Estados Unidos, tiene bellísimos recuerdos de cuando era pequeña y gustaba de ir a la casa de las hermanas a rezar con ellas y a participar en las diversas actividades que tenían. Entre otras cosas dice que la recuerda siempre muy misionera. Comenta que la veía cubierta con su sombrilla y en sandalias, debido al calor extenuante de Guápiles, recorriendo las calles llevando la Buena Nueva y participando en las misiones en salones, capillas y donde se pudiera en las pequeñas villas. Dice que cuando ya como Misionera Clarisa iba a visitar a su familia, las hermanas Ticas le decían que no la podían tener quieta en la casa de pastoral sin que le consumiera el celo misionero, dando ese tiente incluso a las actividades de casa como limpiar frijoles, doblar servilletas, limpiar el arroz y ofrecerlo todo por la salvación de las almas.
La hermana Tere se distinguió por su obediencia y fidelidad al carisma inesiano. Como maestra, a lo largo de tantos años, llevó a cabo esa misión con gran entrega y donación en bien de la niñez y la juventud, sembrando la semilla de la fe y llevando tanto a los alumnos como a los padres de familia, al encuentro con Cristo, siendo muy querida por toda la comunidad educativa.
En los diversos cargos de gobierno que prestó, fue en todo momento una mujer disponible, un alma pacífica y pacificadora, atenta a las necesidades de sus hermanas, con un espíritu generoso y conciliador. Dentro de la comunidad se distinguió por su presencia diligente y silenciosa al mismo tiempo, manifestando su gozo de servir en una perenne y discreta sonrisa. Siempre se le vio dispuesta a servir a sus hermanas y todos, aún en sus últimos momentos por medio de la oración.
A ejemplo de Nuestra Madre Fundadora, fue una misionera incansable, con gran amor por la salvación de las almas y una religiosa de profunda unión con Dios, constantemente rezaba el santo rosario con mucho cariño a la Santísima Virgen María y meditaba asiduamente el Viacrucis, motivando con su testimonio a los demás miembros de la comunidad. Su trato fue bondadoso y sencillo, brindando una sonrisa apacible a quienes trataban con ella. Durante la mayor parte de su vida, gozó de buena salud, aún en su avanzada edad, en la que siempre se le vio con gran fortaleza, fiel a sus actos comunitarios y sirviendo generosamente en aquello que podía realizar.
La recuerdo con mucho cariño y guardo algunas de sus enseñanzas que, desde joven sacerdote, tocaron mi corazón, pues fue una mujer muy cercana a los sacerdotes; en realidad, una madre. Compartimos, como expresé al inicio de mi relato, mucho momentos hermosos allá por los años noventas y, la última vez que nos vimos, fue en 2016, en la última tanda de ejercicios espirituales que impartí en esa querida nación centroamericana.
En el mes de febrero pasado le realizaron estudios generales, ya que venía manifestando presión arterial alta, fue medicada y se mantuvo estable. Repentinamente presentó un cuadro de hipertensión endocraneana que le produjo una hemorragia cerebral, provocándole una fuerte caída; las hermanas actuaron rápidamente y la trasladaron de inmediato al hospital donde la declararon en condición crítica. En un lapso de doce horas la hermana estuvo inconsciente, sin mostrar mejoría. Fue ungida en dos ocasiones por los capellanes del Centro Médico. Su superiora regional y las hermanas de comunidad, le hicieron sentir la cercanía de todas las hermanas de la congregación. Recibió un hermoso mensaje de parte de la superiora general así como su bendición.
Desde su ingreso al hospital, estuvo acompañada, las hermanas le cantaron y oraron con ella, invitándola a continuar ofreciendo su vida por la salvación de las almas y en especial por todos los miembros de nuestra Familia Inesiana, así mismo, la invitaron a renovar su consagración al Señor pronunciando la fórmula de sus votos. Su familia de sangre tuvo oportunidad de comunicarse con ella por medio de llamadas telefónicas, ya que, aunque permanecía inconsciente, los médicos indicaban que aún podía escuchar.
Tere inicia ahora su desposorio eterno con Aquel que la llamó y la ha amado desde toda la eternidad. Junto con toda nuestra familia misionera quiero dar gracias a Dios, por su paso por este mundo y por todo lo que dejó en mi corazón, donde ha dejado la huella imborrable de Cristo. Que el Señor haga fructificar todos sus anhelos misioneros y esfuerzos ofrecidos durante su vida y que María santísima, a quien llevó tatuada en su alma la reciba en la patria eterna.
¡Que nuestra querida hermana Tere goce de la contemplación eterna del rostro de Dios!
Padre Alfredo.
P.D. Agradezco a la hermana Virgina Palomo, también Misionera Clarisa y amiga de toda la vida por las hermosas fotos de la hermana Tere que me mandó.