miércoles, 5 de noviembre de 2025

«EN EL AMOR»... Un pequeño pensamiento para hoy

Estoy en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana, este lugar bendito cuna del carisma, del espíritu y espiritualidad que a tantos y tantos nos ha hecho felices y en donde en estos días un grupo de Misioneros de Cristo hacemos nuestros Ejercicios Espirituales en preparación para nuestra VIII Asamblea General Ordinaria. La vida pasa muy de prisa, tanto que mi mente, en este santo recinto, no se resiste a volar al pasado para ir a mi último encuentro con la beata María Inés en 31 de agosto de 1980, casi un año antes de que fuera llevada por el Padre misericordioso a la morada eterna. Al contemplar la primera lectura de la Misa de hoy (Rm 13,8-10) pienso en ella, en esta extraordinaria mujer que vivió siempre sumergida en el amor, en ese amor que viene de lo Alto y se convierte en la plenitud de la Ley.

El amor nunca dejará de ser «plenitud». Él no admite componendas ni rebajas, compromete porque engancha y hace vivir permanentemente así contagiando el mundo que habitamos. Si vamos analizando cada mandamiento de la Ley de Dios, de los mandamientos de la Iglesia, de nuestros Estatutos y directorios en el caso de los sacerdotes y consagrados, descubrimos que siempre es la esencia de todo y es lo que marca nuestra felicidad. San Pablo nos recuerda que cuando actuamos con amor, nunca lastimaremos a nadie. Porque el amor cumple la intención de todos los demás mandatos que se nos han dado para ser felices y hacer felices a los demás.

En el Antiguo Testamento hay un total de 613 leyes en total, la cuales se recogen en las tablas que contienen 10 y se resumen en una: el «Shemá Israel» (Dt 6, 4-9). Si queremos ser felices sólo Dios puede ser nuestro Dios, nada ni nadie más, y a Él sólo hemos de amar para que de allí, de esta suprema ley de amor, parta el amor a los demás. Sin embargo, esto de amar no es una imposición, sino una respuesta al amor de Dios y a su Palabra. Por ello, el «Shemá» empieza diciendo algo fundamental: ¡Escucha! Escucha a Dios, escucha su Palabra, bebe de sus consuelos, deja que te guíe por el buen camino, acepta la corrección, observa en tu vida el amor de Dios. Cuando un alma ama así y rebosa de agradecimiento a Dios por todo, se decide por Él y vive siempre en Él. Les invito a unirse a nosotros espiritualmente de la mano de María en estos días y repetir con Madre Inés: «Quiero transformarme en tu amor, quiero vivir de amor, quiero morir de amor». (Ejercicios Espirituales de 1943). ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 4 de noviembre de 2025

«De prisa, como San Carlos Borromeo»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Ya entrada la noche encuentro un espacio para compartir mi reflexión de esta mañana, pues, aunque parezca increíble para muchos, no alcanzo a escribir tempranito por cuestiones de horario y el día pasa a velocidad supersónica, de manera que cuando caigo en la cuenta ya son las diez pasaditas. No puedo dejar de escribir algo en este día en que la figura de San Carlos Borromeo, una persona que tomó muy en serio las palabras de Jesús; «Quien quiera ganar su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará» me ha ocupado la mayor parte de los momentos de oración del día. 

La historia de San Carlos es simpática. Él se consagró a Dios porque siendo chico, su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. Ese hecho hizo que Carlos tomara el doloroso acontecimiento como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas. Entonces renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y después arzobispo de Milán. Su vida como sacerdote no fue fácil, pues era sobrino del Papa Pío IV, que estaba en ese entonces al frente de la Iglesia y algunos envidiosos —que nunca faltan— decían que era nepotismo. Sus enormes frutos de santidad demostraron que su vocación fue, ciertamente, una elección del Espíritu Santo.

En una homilía, pronunciada el 27 de marzo de 1567 en la Catedral de Milán, de donde era Arzobispo, están estas palabras que cavilo en mi corazón rogando al Señor me regale la intercesión de este hombre santo para que sea lo que le prometí al Señor como sacerdote, como misionero, como religioso: «Queridos hermanos, quedo confundido cada vez que comparo mi soberbia, que no soy más que polvo y cenizas, con la humildad del Señor». La Virgen, a quien tanto quiso San Carlos, me ayudará a hacer a un lado las confusiones que de repente aturden el alma porque parece que uno no le atina a nada. ¡Estoy seguro! porque no quiero quedarme como una especie de pieza de museo al irme haciendo viejo, quiero mantenerme ajeno de la soberbia, de la arrogancia, de la pompa cómoda y seguir sirviendo con alegría a pesar de los pesares y de los tropiezos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 3 de noviembre de 2025

«Hay que dejarse alcanzar por la misericordia de Dios»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

La primera lectura de hoy, tomada de la carta a los Romanos (Rm 11,29-36), es un pequeño fragmento en el que brilla la palabra «Misericordia», pues en unos cuantos renglones se repite cuatro veces. Para San Pablo la misericordia es la infinita bondad de Dios que se manifiesta en el perdón y la compasión hacia los pecadores, a pesar de sus rebeldías. Y es que hay que recordar cómo él mismo experimentó eso en el proceso de su conversión. San Pablo utiliza su propia experiencia de perseguidor convertido en apóstol como muestra de esta misericordia para inspirar a otros a creer. Así, él logra captar que la misericordia divina es el acto divino de ofrecer clemencia en lugar de castigo, lo que permite a la humanidad alcanzar la fe, la salvación y recibir su gracia y amor de forma abundante. Eso se manifiesta claramente en este cachito de esta carta que, para muchos estudiosos, es la carta magna del Apóstol de las Gentes.

Nuestra existencia terrena está siempre necesitada de esa misericordia que viene lo Alto, pues nuestra vida se amalgama como un mosaico de luces y sombras, éxitos y fracasos, esperanzas y abatimientos que se van alternando como los veinte misterios del Santo Rosario. Dios nos conoce completamente, conoce nuestras luchas, fallos y debilidades. Aun así, él elige tener compasión de nosotros, abriendo la puerta para la reconciliación y el perdón de nuestros pecados. Por su misericordia, Dios no nos da el castigo que merecemos, sino que, por medio de Jesús, nos ofrece la oportunidad de recibir su perdón y la vida eterna. Esa misericordia, nos la muestra el Señor cada día. La vemos en cada amanecer y en las nuevas oportunidades que cada jornada nos presenta. Nosotros le fallamos a Dios, pecamos, cometemos errores y merecemos ser castigados. Sin embargo, Dios permanece a nuestro lado, nos muestra su bondad y nos extiende su mano. Por eso entrar en el Misterio de Dios es algo que escapa a la capacidad del ser humano. El libro de Lamentaciones, en el Antiguo Testamento, proclama la misericordia del Señor en medio de una situación en que el pueblo sufre, como sucede hoy en nuestro México lindo y querido con la que parece casi perenne violencia en Michoacán y otros lugares de la tierra como Nicaragua, Rusia, Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar, Sudán y tantos pueblos más. El escritor sagrado anota: «Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad» (Lam 3,22-23). 

Ya he hablado en estos días de lo duro que es contemplar la arrogancia, la falta de solidaridad, la soberbia y demás parientas pecaminosas que se atraviesan atractivas como tentaciones en la vida del hombre. Nuestros hermanos Misioneros de Cristo de nuestra comunidad de «El Tigre», están prácticamente atorados, sin poder venir a reunirse con los que ya estamos en la Casa Madre por los bloqueos, protestas y cercos debido al asesinato a quemarropa del alcalde de Uruapan y por otros actos de violencia que el gobierno no puede controlar y más bien parece querer abrazar. En medio de este dolor y luto nacional no solo por la muerte de uno, sino por la agonía de todo un pueblo, el hombre y la mujer de fe saben que Dios es fiel y no desechará a su pueblo para siempre. Dios muestra su misericordia y compasión. Los miembros de los cárteles siguen pecando y entristeciendo al Espíritu Santo, porque sé que la mayoría de ellos fueron bautizados y su corazón ha cambiado a Dios por el dinero. Pero el perdón de Dios siempre está disponible (1 Jn 1,8-9). La misericordia de Dios está dispuesta a perdonar todos los pecados, ya que la sangre derramada por Jesucristo en la cruz los ha expiado. Servimos a un Dios grande, amoroso y misericordioso, y gracias a Su gran amor no hemos sido consumidos. Nuestro Dios está a favor de nosotros, no en contra de nosotros y el mal no prevalecerá. Unos domingos atrás, asistí en Roma a la canonización de San Bartolo Longo, un laico italiano que llegó a ser «medium» de primer rango y sacerdote espiritista. Dios fue desapareciendo de su andar día en día y «el indecente», como llamaba la madre Esthela Calderón al demonio, parecía tenerlo totalmente atrapado odiando a la Iglesia. En determinado momento se dejó alcanzar por la misericordia divina y quedó aferrado a Dios. Todos podemos ser objeto de la misericordia y compasión de Dios si nos dejamos prender por Él. Encomendemos a «los malitos» a María rogándole que interceda para que todos los involucrados en estas organizaciones de violencia desmedida se topen con esa misericordia divina y cambien. ¡Bendecido lunes y dispensen lo largo de mi reflexión!

Padre Alfredo.


domingo, 2 de noviembre de 2025

María de Guadalupe, Madre de las Vocaciones a la Vida Consagrada... LOS MISTERIOS GLORIOSOS ESPECIALMENTE PARA SER REZADO POR SACERDOTES


Monitor: La vida consagrada en un presbiterio es la presencia sencilla de quienes, decididos a seguir radicalmente a Cristo, viviendo en comunidad los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad, se integran a la comunidad formada por los sacerdotes diocesanos de determinado territorio para compartir su amor por la misión y el compromiso con el pueblo de Dios. Juntos forman un equipo que enriquece la vida de la Iglesia con diferentes carismas y vocaciones.

En su Carta Encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco se dirigió a las personas, comunidades y obras que viven y llevan adelante en medio del mundo una especial consagración con estas palabras que bien nos vienen para iniciar este rezo del Santo Rosario en comunidad sacerdotal:

“He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mira hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos» (No 1). Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (No 2).”

Vivimos como sacerdotes para acompañar y servir a un mundo herido, donde las tristezas y las angustias de nuestros feligreses, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son la herida que supura sin descanso, noche y día, más allá o másacá por los vaivenes de la política, la economía y la vida social. Nuestras comunidades parroquiales, colegios, casas de retiro y acogida, son espacios para el Cristo sediento,  maltratado, abusado, extranjero, encarcelado, descartado.

A la luz del Evangelio, muchas de nuestras comunidades son el «Buen samaritano» del Tercer Milenio que no asume una visión ingenua de la vida, sino que con caridad pastoral en cada acción de escucha, de bondad y de cercanía, sacia la sed con el agua viva de la misericordia. 

Recemos este rosario juntos, sacerdotes diocesanos y religiosos, pidiendo a María Santísima que nos alcance de su Hijo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, lo que la misericordia debe ser, ayudando, desde nuestra trinchera, a sanar algunas heridas, las más que podamos. 

Oraciones iniciales.-

Guía: Por la señal de la Santa Cruz...
Guía: Yo confieso, ante Dios...
Guía: Señor, abre mis labios.
Todos: Y mi boca proclamará tu alabanza.
Guía: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Todos: Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Guía. Hoy rezamos los misterios gloriosos.
 
El Papa Francisco nos dice: “Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos (…). De ahí la importancia de que los consagrados estén insertos con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones. (…) Poner a Jesús en medio de su pueblo es tener un corazón contemplativo capaz de discernir cómo Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar. Ponernos con Jesús en medio de su pueblo. No como voluntaristas de la fe, sino como hombres que somos continuamente perdonados, hombres ungidos en el bautismo para compartir esa unción y el consuelo de Dios con los demás”. (Papa Francisco Homilía 2 febrero 2017).

1° Misterio: La Resurrección de Jesucristo.
- Pidamos a la Virgen que los sacerdotes diocesanos y religiosos, con nuestra alegría
y esperanza, demos testimonio de Cristo resucitado.

2° Misterio: La Ascensión del Señor al cielo.
- Oremos para que los jóvenes de hoy busquen el sentido de la vida y la verdadera
felicidad, que es Dios revelado en Jesucristo y para que nosotros, como sacerdotes, les acompañemos en su toma de decisiones.

3° Misterio: La venida del Espíritu Santo.
- Pidamos a la Virgen que cuide de los que se preparan en los seminarios y casas de formación para ser apóstoles de su Hijo como sacerdotes, y reciban con abundancia los dones del Espíritu Santo.
4° Misterio: La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma a los cielos.
- Roguemos a María que nuestros hermanos sacerdotes en dificultades no pierdan la esperanza.
5° Misterio: La Coronación de María como Reina de todo lo creado.
- Pidamos a María para que todos sacerdotes diocesanos y religiosos
colaboremos en la construcción del Reino de Dios, cada cual según su propio carisma.

Oraciones finales.-

Animador: Dios te Salve Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, ¡Ea! Pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, ¡Oh Clemente! ¡Oh Piadosa! ¡Oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de
alcanzar las divinas gracias y promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amen.

Letanías.

Animador: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Animador: Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.
Animador: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Animador: Cristo, óyenos
Todos: Cristo, óyenos
Animador: Cristo, escúchanos
Todos: Cristo, escúchanos
Animador: Padre celestial, que eres Dios
Todos: Ten piedad de nosotros.
(A cada una de las siguientes letanías respondemos: Ruega por nosotros)
Santa María, Madre de Dios,
Madre de Jesucristo,
Esposa de Dios, Espíritu Santo,
Madre del sí a Dios,
Madre de la esperanza,
Madre del Amor,
Madre dócil a la Palabra,
Madre de la luz,
Madre de la Iglesia,
Madre modelo a seguir,
Madre de los sacerdotes,
Madre de los jóvenes,
Madre generosa,
Madre de la bondad,
Virgen de la escucha,
Virgen fiel,
Vasija del amor de Dios,
Arcilla que se deja moldear,
Creyente fiel,
Reina de la fe,
Semilla de esperanza,
Estrella de salvación,
Esclava de Dios,
Roca de la fe,
Modelo de entrega a Dios,
Portadora del Evangelio,
Ideal de Santidad,
Templo del Espíritu Santo,
Reina y Madre de las y los consagrados
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Óyenos Señor.
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Perdónanos Señor.
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Ten piedad y misericordia de nosotros.

- Animador: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desprecies las súplicas que te dirigimos ante nuestras necesidades: antes bien, líbranos de todos los peligros, ¡Virgen gloriosa y bendita! Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las divinas gracias y promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

- Animador: Oh Dios, cuyo Unigénito Hijo, con su vida, muerte y resurrección, nos alcanzó el premio de la vida eterna: concédenos a quienes recordamos estos misterios del Santo Rosario, imitar lo que contienen y alcanzar lo que prometen. Poel mismo Jesucristo nuestro Señor. Todos: Amén.


«con esperanza hacia la eternidad»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

En este marco el Año Jubilar marcado por la «esperanza que no defrauda» (Rm 5,5), quiero traer a la memoria una pequeña frase que el Papa Benedicto XVI, de feliz memoria, compartió en una audiencia que, en el año 2011 coincidió con el día de Todos los Fieles Difuntos que hoy celebramos: «Ante la muerte, solo Dios Amor le ofrece al ser humano la esperanza en la eternidad». ¡Cuánto ha olvidado el hombre de nuestros tiempos que hay una eternidad que nos espera! La inmensa mayoría más bien se pregunta: ¿Por qué hay que morir, si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que estamos hechos para vivir? Sin embargo, la realidad es que fuimos creados para la eternidad. Hay un versículo en la Biblia, en concreto en el libro del Eclesiastés que dice refiriéndose a Dios: «Ha puesto eternidad en el corazón de ellos» (Ecl 3,11). Cuando se escribe el versículo, el pueblo de Israel ya había superado su etapa nómada, ya tenían un reino y un palacio, guardias imperiales, artilugios de lujo y de poder, confeccionaban herramientas sofisticadas y habían adoptado los sistemas de escritura de los pueblos de su entorno para dejar constancia de los hechos de su historia y aún así, continuaba en el corazón el anhelo del Eterno. 

La acumulación del pecado en el corazón del ser humano en un tiempo impregnado de un relativismo impresionante, va llevando a gran parte de la sociedad a puntos insostenibles de desorden. Nos queda poco de aquellos primeros creyentes que, ante la muerte, recitaban su historia a viva voz recordando a los seres queridos que había partido rumbo a la eternidad, sus enseñanzas, sus recuerdos, sus anhelos, sus esperanzas. Hoy, en cambio, abrimos la Wikipedia cuando queremos saber algo. Sin embargo, esa idea de eternidad sigue dentro de muchos de nosotros y de manera sutil, casi siempre, se convierte en un motor de nuestras vidas. Incluso en las vidas de los que no pueden vivir más alejados de Dios. La necesidad de trascender, de que algo nuestro perdure incluso más allá de nuestra existencia terrena, siempre está presente, como una llamada de atención ineludible. Creo que a todos se nos ha pasado alguna vez por la cabeza este versículo del Eclesiastés que hoy traigo a colación y que no forma parte de la liturgia de la palabra del día, pero que me lleva a la segunda lectura de este domingo que declara: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. (Flp 3,20-21). Ayer para mí fue un día difícil, como puede serlo hoy, ayer o mañana para cualquiera de nosotros, porque... ¿quién no ha tenido un día así? Yo creo que cuando los días son arduos, pesados, espesos, es bueno dirigir la mirada hacia la eternidad y dar gracias de que nuestra vida se va gastando día a día sin detenerse a pesar de los sentimientos de impotencia y pena que se puedan atravesar. La vida, en el fondo, es hermosa para todos porque es un camino hacia la eternidad. Ahí están los poetas de tantas naciones cantando en medio a veces del sufrimiento y del dolor, la fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra inmortal para la posteridad, o sencillamente los padres queriendo perpetuarse en sus hijos más queridos. 

El hombre moderno no cree en la eternidad, y por eso mismo se esfuerza por eternizar un tiempo privilegiado de su vida actual. No es difícil ver cómo el horror al envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud llevan a veces a comportamientos cercanos al ridículo que evidencian un terrible miedo a la muerte. El Evangelio de hoy (Jn 11,17-27) nos invita a pensar en el Resucitado; Cristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Él nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.» y nos pregunta: «¿Crees esto?». Hoy es un día para recordar a todos aquellos que han partido hacia la eternidad. No sabemos si ya llegaron o si van de camino, no sabemos ni siquiera si podrán llegar a contemplar el rostro de Dios, porque el juicio le toca solamente a Dios. Hemos de seguir alimentando en nuestro corazón de creyentes la sed de eternidad arraigando nuestras vidas en un Dios que vive para siempre y en un amor que es «más fuerte que la muerte» y que ha llevado a muchos, empezando por María Santísima al Cielo. ¡Que Cristo que llamó a nuestros difuntos, los haya recibido y que el coro de los ángeles los introduzca en el Cielo!

Padre Alfredo.

sábado, 1 de noviembre de 2025

«EN EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Celebramos en la Iglesia universal —católica— el día de «Todos los Santos», una fiesta cuyos orígenes concretos son inciertos, pero sus inicios se remontan al año 313, en el que se promulgó el Edicto de Milán, a través del cual se legitimó el cristianismo en el Imperio Romano. En aquellos años en casi todas partes tenía lugar el 13 de mayo y en otras partes el primer domingo después de Pentecostés. La fecha del 1 de noviembre, según algunos relatos, tiene su origen en que el papa Gregorio III (731-741) dedicó ese día una capilla en la Basílica de San Pedro en honor de Todos los Santos, cosa que propició que esa fecha se convirtiera en la oficial para celebrar el día en Roma. Años más tarde el Papa Gregorio IV (827-844) declaró oficialmente en el año 835 el 1 de noviembre como Fiesta de Todos los Santos para recordar a todos aquellos que han trabajado, no sin fatiga, y a veces pagando con el precio de la vida, por la construcción del Reino de Dios, es decir, por la edificación de una nueva civilización donde reinen el amor, la justicia, la verdad, la fraternidad y la libertad de los hijos de Dios en la concordia y la paz.

Este día marca una fecha maravillosa para que todos los cristianos vivamos la alegría de redescubrir la grandeza de nuestra fe contemplando a todos nuestros hermanos, que ahora están junto a Dios y que se interesaron de todo lo que se les confió en la vida, lo hicieron objeto de un diálogo continuo con Dios y ahora interceden por nosotros allá en el cielo. Celebrar a los santos y santas, reconocidos y anónimos, de la Iglesia, pueblo de Dios, es adentrarnos en la vida en clave del kairós —tiempo oportuno para actuar—, sabiéndonos sostenidos, en nuestra entrega frágil y limitada, por la gracia de Aquel cuya llamada y don son irrevocables. La segunda lectura de la Misa de este día (1 Jn 3,1-3) me da la clave para reflexionar: Esta lectura se sitúa en el conocimiento de la inmensidad del amor de Dios por el cual nos llama hijos suyos y nos invita a ser «hermanos» que se quieren, que se respetan, que se aman en ese amor que viene de lo alto. Los santos no son santos «de chiripa» ni están prefabricados. 

Vivir como hijos de Dios es un desafío de todo creyente que, la más de las veces, prefiere o tiende a situarse ante Dios como deudor o pecador y debe dar el paso a saberse «hijo» y «hermano». Al parecer, como lo he experimentado en estos días en que me toca estar en la misión de Michoacán, por un acontecimiento doloroso que se ha suscitado, veo cómo nos cuesta vivirnos como hijos y como hermanos, porque pensamos —como el caso del hijo mayor en la parábola del hijo pródigo— que tenemos derecho a todo solo «por no hacer nada malo» y no por amar más allá de los límites mundanos. Nos gana la arrogancia, la soberbia, la vanidad, la falta de fraternidad, la terquedad, la petulancia, la cerrazón, la falta de humildad, la prepotencia, la insolencia... ¿Cómo se puede ser santo así? Los verdaderos santos casi ni se perciben, caminan en la sencillez de vida en día a día del ser y quehacer de cosas ordinarias como María la humilde sierva de Nazareth. Que Ella y todos los santos intercedan para seguir edificando la Iglesia que sea irradiación de Cristo en el mundo. ¡Bendecido sábado, fiesta inmemorial de Todos los Santos!

Padre Alfredo.

viernes, 31 de octubre de 2025

«LA LEY DE DIOS Y LAS LEYES DEL HOMBRE»... Un pequeño pensamiento para hoy

Desde épocas muy remotas el hombre ha necesitado de leyes. Es de todos conocido que la relación entre el hombre y la ley es tan antigua como la misma sociedad. Y es que las leyes nacen de la necesidad de regular la convivencia y evitar el abuso de unos cuantos. A lo largo de las épocas remotas, esta relación ha evolucionado desde costumbres primitivas y mandatos divinos hasta los sistemas legales codificados de la antigüedad. La ley marca el camino recto, por eso la senda que señala es un camino de libertad, porque conduce al bien. Es al mismo tiempo un aviso de peligro para la libertad egoísta de que puede acabar en un fracaso. En el Evangelio de hoy (Lc 14,1-6), Jesús cuestiona un aspecto importante de «La Ley»: La fidelidad a la ley no está en una observancia rígida o en la letra muerta, sino en el amor que guía nuestras acciones. Curar en sábado, a pesar de las leyes que regían en aquel entonces, no es una transgresión, sino una manifestación de la justicia y misericordia que debe estar en el centro de la ley.

Jesús nos hace ver que la ley más importante y de la que derivan todas es la ley eterna o ley divina, que se puede definir como: «El plan de la divina Sabiduría en cuanto señala una dirección a toda acción». El Concilio Vaticano II dice de la ley eterna: «La norma objetiva de la vida humana es la misma ley eterna, objetiva y universal, por medio de la cual Dios en su designio de sabiduría y amor, ordena, dirige y gobierna el universo y los caminos de la sociedad humana» (DH, 3). Esta ley, que está por encima de todas las demás es inmutable, no puede cambiar, porque viene de Dios que es el «Inmutable». No depende para nada de los cambios que puedan provocar los hombres. Es suprema porque está sobre los legisladores humanos, de tal manera que toda ley humana que vaya contra ella será injusta, falsa y engañará a los hombres. Por último, esta ley es universal, porque afecta a todos los seres creados sin excepción. Así que el camino para ser fieles a Dios, de acuerdo a la «La Ley» pasa por un amor que integra, discerniendo cuándo y cómo actuar con compasión, siguiendo el ejemplo mismo de Jesús.

La cosa es que nosotros muchas veces, como los fariseos, somos «convenencieros u oportunistas». Si nos conviene defendemos que hay que actuar de acuerdo a la ley natural, esta que está por encima de todo, pero si eso no nos conviene, entonces creamos leyes humanas buscando el interés propio y el beneficio personal queriendo ganar ventajas o un resultado práctico y beneficioso sin importar la ética. Los fariseos actuaban así, se adherían estrictamente a la «letra de la ley» solo cuando les beneficiaba o para evitar castigos, ignorando por completo el «espíritu» o el propósito ético de la norma basada en la ley natural. Ojalá que meditando este pequeño párrafo del Evangelio pidamos al Señor la capacidad e aplicar toda ley con el criterio de la caridad y de la justicia que Dios quiere. No podemos ni debemos ser excesivamente cuadriculados ni totalmente desentendidos para hacer lo que nos apetezca perjudicando a los demás. La caridad es la Ley suprema, y es la caridad la que nos dirá en cada momento lo que Dios espera de nosotros. Que María, que comprendió muy bien lo que esto significa, nos ayude. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.